Por: Miriam Rizcalla de Cornejo
Hoy, luego de un piadoso y compasivo invierno en Nueva York, la primavera finalmente llegó. Hermosa. Con un clima inmejorable. Algunos árboles, los más vanidosos, se apresuran a mostrar alegres y entusiastas sus flores multicolores.
A un minuto de llegar a casa, me detengo brevemente para contemplar un árbol de mediano tamaño, rico en flores matizadas entre un suave y delicado rosa y blanco, que más tarde seguro se teñirá de un naranja intenso, como ya lo hizo anteriormente. Absolutamente espectacular!
Pequeñas plantas asoman a las puertas de las casas y edificios. Divertidas compiten entre sí, con su gracia y coquetería, alucinando con sus diversas formas y tonalidades que a todos enamoran. En los parques, al caer la tarde, se escucha un concierto ensordecedor de traviesos pajaritos revoloteando de rama en rama.
En Nueva York, el invierno, con su intenso frío, es tan prolongado, que una vez cumplida su misión se retira a descansar. Invierno y primavera siempre me recordarán al célebre Oscar Wilde cuando escribió "...el invierno no es más que la primavera dormida y que las flores están descansando..." A partir de hoy, la primavera despierta y sus flores, después de ese largo descanso, empiezan a trabajar para el deleite de todos, que arrobados admiramos su esplendor.
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