domingo, 25 de marzo de 2012

El Sacramento de la Confesión

Por:  Miriam Rizcalla de Cornejo
 

Hoy fui a misa.  Al finalizar, me dirigí al padre y le dije que me quería confesar. Luego de muchos años sin hacerlo, finalmente me decidí.  Fuimos al confesionario -cara a cara- y grande fue mi sorpresa al darme cuenta que no me sé confesar!  Aquello terminó en una especie de conversatorio, interesante por demás decir, pero lejos de ser una confesión en el estricto sentido de la palabra.

Una confesión es precisamente eso, confesión, es decir, confesar, decir todo aquello en lo que creemos haber fallado, aquello en lo que nos hemos equivocado en pensamiento, palabra y acción.  Se trata de sacar todo y no quedarnos con nada adentro.


"La confesión es un sacramento instituido por Jesucristo en Su amor y misericordia para ofrecer perdón a los pecadores por las ofensas cometidas contra Dios", es la definición contenida en un pequeño boletín, que se encuentra en la iglesia del lugar donde vivo, lo cual resulta esperanzador, ya que todos somos pecadores.

Cuántos vamos a misa con frecuencia y hasta comulgamos sin habernos confesado con cierta regularidad?  En este tiempo de cuaresma, el cumplimiento de este sacramento cobra mayor importancia.  Sin conversión no hay cuaresma y para llegar a la conversión se requiere primero la confesión.

La confesión supone liberación de sentimientos de culpa, limpieza del alma, con lo cual se da inicio a un proceso de curación y conversión.  La confesión ha de ser sincera y con profundos deseos de un cambio interior.  

"Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos:  lo que ates en la tierra quedará atado en el Cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el Cielo".  Mateo 16:19


Cristo, en la figura del sacerdote, nos absuelve de nuestras culpas y pecados, siempre y cuando exista un verdadero reconocimiento de ellos, pues de poco sirve hablar y no sentir nada.  A Dios no se le puede engañar.   Debe existir a su vez, una profunda determinación de enmienda y de no volver a pecar.

Aprovechemos este tiempo de cuaresma y reconciliémonos con Dios y con el mundo. El momento es ideal.  Confiemos en que el Señor, todo piedad y misericordia, comprende y perdona nuestras debilidades humanas.  Queda de nuestra parte pasar la página y decidir, a partir de hoy, no volver a ofenderlo nunca más con nuestro proceder. Debemos aprender también a perdonarnos nosotros mismos y no seguir crucificándonos por nuestros errores, si no lo hacemos de poco serviría la confesión por más sincera que ésta sea.  Jesucristo murió por nosotros, por la salvación de nuestras almas.  El ya nos perdonó.  Aprendamos a perdonarnos también.  Que Dios nos bendiga a todos.





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