jueves, 24 de enero de 2013

Historias de Inmigrantes


Por:  Miriam Rizcalla de Cornejo

El Salvador, un país pequeño con gran potencial para desarrollarse, gente amable y cordial y muchas bondades que le adornan, sin embargo,   el desempleo  galopante y altos índices de violencia,  como ocurre en muchos países del mundo, invita a más de uno  a  salir en busca de seguridad y nuevas oportunidades.  Año tras año, un gran número de personas se lanza a la gran aventura de cruzar la frontera para llegar a Estados Unidos, luego de una travesía inimaginable.

Y Claudia lo hizo.  Hoy, a sus 49 años, narra su historia con voz entrecortada, pugnando para no dejar que el llanto que se atora en su garganta la delate.    Madre de dos hijos, Vicente, de cuatro años, y Ricardo, de apenas un añito de edad.  Abandonada a su suerte por el padre de sus hijos, sin más recurso que el firme propósito de sacar adelante a su familia.  Con la ayuda de un familiar hace los contactos y emprende su largo y arduo camino hacia lo que ella consideraba la única opción de sobrevivir, sólo que ese viaje lo haría sola, sin su familia, formando parte de un grupo de 20 personas dirigido por el "coyote" que los guía hasta cruzar la frontera entre México y Estados Unidos.  Atrás quedaron sus niños, pequeños, inocentes, ajenos a lo que sucedía.

LLegar a Estados Unidos supone, casi de manera literal para muchos inmigrantes, poner un plato de comida sobre la mesa.  Una cruda realidad se revela ante sus ojos prematuramente.  Hambre, carencias, pobreza extrema son sólo algunas de las angustias con las cuales batallan día a día y, a su vez,  las razones que los empuja a emprender semejante desafío, lleno de riesgos y peligros en el camino hacia la libertad.

Atrás quedó toda una vida llena de sueños e ilusiones rota.  Un amor fallido.  Dos niños en su más tierna edad a cargo de sus abuelas.  En sus ratos de soledad, que serían muchos, pensaría en ellos, sintiendo el calor de aquel abrazo, el último, sus besos, sus risas y sus llantos.  Niños sin conciencia real de cuanto sucedía, llorando por una madre que ya no estaba para ellos, había partido  hacia lo desconocido, irónicamente, por ellos.

Quince días en el desierto.  Largos recorridos durante la noche sorteando toda clase de obstáculos, expuestos a un sinnúmero de peligros fueron la constante de aquel viaje.  Durante el día descansaban, más bien se escondían para que la patrulla fronteriza no los descubriera, pues de ser así, habrían sido arrestados y enviados de regreso a su país, perdiendo con ello, todo su tiempo, esfuerzo y dinero invertidos en lo que sería la promesa de un cambio en su vida.

Lo lograron.  Claudia estaba feliz, nerviosa, llena de miedos, pero feliz.  En medio de la calle, sin conocer a nadie, no pudo por menos que sentir que el mundo se le venía encima.  Para ella, era otro mundo.

Inmediatamente partió desde California hacia Nueva York, alojándose en casa del familiar que la ayudó a viajar.  Muy pronto consiguió trabajo, cuidaba una pareja de ancianos.  Trabajó día a día, privada de lujos y caprichos propios del ser humano, todo lo guardaba.  Vivía, respiraba y se levantaba cada mañana gracias a un sólo propósito:  sus niños.  Estaba resuelta a como diera lugar, para tener consigo a sus hijos.  Sabía la situación difícil que tenía por delante.  Tenía que ahorrar el dinero que su pariente le prestó para pagarle al coyote:  ¡diez mil dólares!  Aquello no sería fácil.  Tenía que enviar dinero a su país para sus niños y de lo que quedaba ahorraba.  Así lo hizo.  Trabajó, pagó su deuda y empezó a guardar.  El tiempo pasó, aquello parecía una eternidad, pasaron muchos años, muchas navidades, cumpleaños y momentos especiales separados, su corazón se marchitó, pero la fuerza que emana del corazón de una madre es tan grande y arrolladora que le hizo resistir en medio de su adversidad.

Trece años después logró reunirse con su hijo Vicente, aquel niño que había dejado de ver cuando tenía cuatro años.  Su experiencia en el desierto no fue mejor que la de su madre, fueron tres semanas, llenas de miedo e incertidumbre, tenía 17 años.  Tres  años después, se repetía la historia con su hijo menor, Ricardo, que para entonces contaba con la misma edad de su hermano cuando llegó a Estados Unidos.

Claudia era feliz, se sentía realizada, tenía a sus hijos con ella, lo había logrado, pero a un precio muy alto.  Para entonces, todos eran unos perfectos desconocidos.  La madre no conocía a sus hijos y ellos no conocían a su madre.  El mayor tenía recuerdos borrosos, fugaces, realmente no la recordaba.  El menor le rompió el corazón cuando un día, suavemente, le dijo:  Yo sé que usted es mi madre y sé que debo quererla, pero entiéndame, para mí mi madre es mi abuelita, la que me crió y estuvo conmigo siempre.  Claudia lloraba, sabía que su hijo tenía razón.  Con el pasar de los días vio cómo se acentuaban las discrepancias entre sus hijos que estando en El Salvador tampoco crecieron juntos, uno con la abuela materna y otro con su abuela paterna.  Estaba desesperada, no sabía qué hacer.  Para fortuna de ella, contó con el apoyo del psicólogo de la escuela quien, luego de varias consultas, logró mejorar la relación familiar entre todos.  Claudia nunca se dejó vencer, ante los obstáculos ella se crecía y aquello que sentía que no podía resolver no dudaba en buscar ayuda.  Así lo hizo y la ayuda llegó.

Hoy, sus hijos estudian, trabajan medio tiempo y solventan sus necesidades cada uno.  Son buenos muchachos y se vislumbra un porvenir para ellos.  Atrás quedaron aquellos años de carencias, caminan de cara hacia el futuro con una sonrisa en el rostro y muchas cicatrices en el alma...

Ayer fueron ellos, hoy quién sabe cuántos pasan por lo mismo y con menos suerte, víctimas de abusos y muertes en el intento.  Muchos son detenidos, familias fracturadas por la deportación de algunos de sus miembros.  No importa cuántos muros levanten en la frontera, siempre habrá un alma que lo traspase a riesgo de todo y contra todo.  Tal puede ser la desesperación para muchos.  Un tema tan profundo como complejo para el cual no se encuentra solución y mientras ésta no llegue, ellos seguirán llegando.  Como éstas son muchas, múltiples y diversas, tristes y desgarradoras, inspiradoras y heroicas las historias de inmigrantes.


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