lunes, 1 de julio de 2013

Piropos inolvidables


Por:  Miriam Rizcalla de Cornejo

Juventud, divino tesoro, y con ella algunos permisitos.  Cuando estaba en mis 20, recuerdo que mi cabello era de lo más camaleónico por los cambios de colores que hacía en él, pero el más audaz de todos fue aquel "burgundy" o borgoña que tanto escuchaba hablar.  Llena de entuasiasmo me aventuré a probar el bendito tinte.  Feliz con mi nuevo color de cabello, salgo y me encuentro toda clase de piropos jamás pensados.  Cruzo por una calle y unos muchachos encaramados en una escalera pintando un edificio me gritan muy entusiasmados, con ese estilo tan panameño, único en su clase para piropear:  "Vaya mami, me encanta tu peluca"...sintiendo que hasta el tinte palidecía, y apurando el paso, desaparecí del lugar tan pronto como pude... no acabo de cruzar la siguiente calle cuando un señor, más ebrio que sobrio, me descarga con toda honestidad un halago muy a su manera:  "¡Jo! si hasta parece una rosa!...¡cosa pa' fea!"...  ¡Y pensar que iba tan bien y al final lo dañó!  ¿Dónde se ha visto una rosa fea?  Hasta allí mi fascinación por el bendito rojo, uva, borgoña, burgundy, o como lo quieran llamar, ese rojizo que sin duda alguna se hace notar ¡si lo sabré yo!  Hasta ese día me duró la felicidad y el encanto por mi tinte al que dije adiós, pero no me quedé con las ganas de probar qué tal me iba el bendito color, por lo menos parecía una rosa, aunque fuese por fracciones de segundos...de lo otro me olvidé, pero lo que nunca olvidaré son aquellos... piropos inolvidables.




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