lunes, 25 de marzo de 2013

Un falso amor llamado fama

Escena de la película Un secreto de Esperanza

Por:  Miriam Rizcalla de Cornejo

Hace un par de años veía la película "Un secreto de Esperanza" con mis hijos, una de esas que no son muuuy famosas, pero no por eso dejan de ser buenas e interesantes.  La trama estaba basada en la amistad entre una gran escritora, algo ermitaña, y un niño.  No intento analizar la película, llena de mensajes muy valiosos, sólo quiero compartir un breve diálogo realmente interesante y ponerlo en perspectiva con algunos personajes, hoy, muy famosos.

Esta escritora, gruñona y solitaria,  se vio repentinamente visitada por un jovencito tras entrar sin permiso en su hermosa y abandonada propiedad.  Entre regaños y sermones hacia el niño, rebelde y preguntón, nació una hermosa amistad, tanto, que ella llegó a encariñarse muchísimo con él.

Un día, mientras conversaban, él le preguntó por qué decidió aislarse, por qué no buscó -como sus amigos pintores, actores y escritores- ser famosa, a lo que ella le respondió:  Porque te la crees, llegas a creer que de verdad la gente te quiere, y no es cierto.  Nadie te quiere a ti, sólo quieren lo que obtienen de ti, lo que tú representas y das, no al ser humano que hay dentro de ti.  A nadie le importa si sufres, si tienes un dolor, una enfermedad, o lo que sea, no les importas tú....el niño la miró pensativo, casi con tristeza...

De Cardenal a Papa

Este pasaje de la película, uno de los más valiosos dentro del filme, al menos para mí, me viene hoy a la cabeza mientras veo y escucho todo lo que acontece con el recientemente elegido, Papa Francisco.  Tras la renuncia del Papa Benedicto XVI, el mundo se preguntaba quién lo sucedería en el cargo, ese gran día llegó cuando al balcón del Vaticano salió el encargado de anunciar la célebre frase:  Habemus Papam.  Acto seguido, el mundo conoció al nuevo Papa Francisco, el que fuera hasta ese día cardenal y encargado de la arquidiócesis de Buenos Aires, Argentina, Jorge Mario Bergoglio, un Papa latino, suramericano, argentino...

Muy pronto pudimos ver cómo corrían en las redes sociales y medios informativos las imágenes del cardenal Bergoglio en su natal Argentina, desplazándose en transporte público como cualquier hijo de vecino, todos maravillados al conocer su extremada sencillez y vida llena de austeridad, cocinando su propia comida, tomando té de mate en las calles y compartiendo con los más necesitados.  Indudablemente una belleza interior muy grande que despertó un amor súbito en el mundo.  Muchos, incluso no católicos, expresan su más profunda admiración al, hoy, Sumo Pontífice...


En las fotos, en las cuales se le ve en las calles o trenes, en su vida normal antes de ser Papa, a nadie se le ve admirado o lleno de entusiasmo por su presencia, a pesar de que en Argentina ya se le conocía por su labor, los rostros de las personas a su alrededor lucen indiferentes, algo que no sucede ahora con Bergoglio como Papa, alguien que ni por asomo podría subirse nuevamente a un tren, mezclado entre los usuarios del transporte público. ¡Eso sería inimaginable!

Claro está que él no buscó ser famoso, su elección produjo tal cosa.  El punto aquí es cómo todo esto expone aquel pasaje de la película.  Obvio que no vamos por la vida mostrando un entusiasmo extremo por cada mortal que nos tropezamos en el camino, pero es innegable que tanta fascinación no es por Jorge Mario Bergoglio, sino por lo que representa su cargo, nada más y nada menos que ¡el Papa!  Tratándose de él, por su  evidente grandeza y humildad como ser humano, no hay lugar a dudas, el mundo lo amará...siempre y cuando no cometa un error, pues sólo hace falta eso, un sólo error...


La caída del ídolo

Otro caso, aunque diferente, pasó con el famoso futbolista brasileño, Ronaldinho.  Durante el mundial Alemania 2006, su desempeño no fue el mejor, la crítica lo destrozó con sus comentarios.  Muchos de sus compañeros se refirieron a él como un extraordinario futbolista que no tuvo un buen mundial.  Pero en Brasil, a algunos de sus admiradores, esos que parecían casi idolatrarlo, muy poco les importó si Ronaldinho atravesaba por un mal momento, si sufría algo, si tenía problemas como cualquier mortal, para ellos sólo contaba el ídolo, y para ser tal cosa debía responder como tal ¡siempre!  ¡Y no lo hizo!  Muy pronto olvidaron los momentos de alegría que les regaló con sus goles espectaculares, sus dribblings, sus inventos, proezas inimaginables que sólo él podía hacer, algo dífícil lo hacía lucir fácil, definiendo muchas veces el triunfo de su equipo. ¡Era un mago total!  No contentos con la pronta y bochornosa salida de Brasil de aquel mundial, enojados procedieron a derribar una estatua erigida en su honor, el ídolo ya no lo era más.  No importó su entrega llevando junto con su equipo a poner el nombre de Brasil en alto en otras ocasiones, no importó sus muchos triunfos, un error, un mal momento bastó para dejar en evidencia cuán frágil puede ser la fama, lo efímero del amor hacia los famosos, y el riesgo o peligro de creérsela, como decía la escritora, protagonista de la película antes mencionada.  El amor verdadero lo perdona todo, pero la fama no es más que el resultado de un falso amor y  por eso ¡no perdona!...

De la burla a la fama


Más recientemente, estuvo el caso de la británica, Susan Boyle, cuando sacudió al mundo en su primera audición en el concurso Britain's Got Talent cantando de manera ultra espectacular el bellísimo tema "I dreamed a dream".  A sus casi 48 años, desgreñada y vestida sin mayores adornos -propios del mundo del espectáculo- con una apariencia física muy alejada de lo que el público concibe hoy para un artista, se presentó en el escenario arrancando inicialmente risas burlonas, miradas de desprecio, muestras de rechazo total, sentimientos despectivos que muy pronto desaparecieron cuando al abrir la boca, no sólo el público, sino el mundo, escuchó lo que cualquiera diría lo más cercano a como cantan los ángeles.  ¡Una garganta privilegiada!  Susan Boyle cautivó al mundo llevándolo hasta las lágrimas con su voz, estremeciendo y llenando de admiración a cuantos le escucharon.  Hasta ese instante fue una desconocida, siempre rechazada, objeto de burlas por los demás, a partir de entonces su vida cambió para siempre, ya nada sería igual...Una vez más:  nadie la quiso a ella, ahora el mundo la ama por lo que le da:  su talento, su voz...

Todo para dar, nada que esperar...

Estos son sólo tres casos para no extenderme, pero si nos damos a la tarea de buscar nombres, veremos cuán larga puede ser la lista.  Cantantes por los cuales su fanaticada delira y muere si es preciso, si por alguna razón dejan de sacar nuevas producciones, si ya no hacen presentaciones, si no se escucha más de ellos, sus propios admiradores no advierten cuán rápido les llegan a olvidar.  Igual con los actores, deportistas, con todos...

Ese diálogo entre la escritora y aquel niño encierra mucha verdad.  Para los que andan afanados en este mundo, en búsqueda del espejismo de la fama arrolladora, del reconocimiento desmedido, del sonoro aplauso, bueno sería tomarlo con calma, de no creerse las adulaciones y aprender a darles la vuelta, a no depender de ellas para ser feliz.  No se debe pretender llenar espacios, vacíos emocionales, con el falso disfraz de la fama, hay muchas obras y acciones en las cuales trabajar y, aún desde el anonimato, lograr un mundo de satisfacción y felicidad.  Pero si es lo que se busca, entonces será necesario aprender a no sufrir si la bendita fama finalmente no llega, si el reconocimiento, símbolo de éxito como lo concibe la sociedad actual, no dice presente, si en vez de reconocimiento sólo hay indiferencia, si el estridente aplauso enmudece hasta convertirse en el silencio más ensordecedor jamás escuchado, pues como le digo siempre a mis hijos y allegados, no esperen nada de nadie, así no sufrirán...William Shakespeare lo dijo bien:  "...esperar, siempre duele...".




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